miércoles, 13 de agosto de 2008

MUNDO CONTEMPORÁNEO

Si el fenómeno de la globalización es hoy día el más dominante en las relaciones entre las naciones, Darío fue un abanderado del cosmopolitismo, que para él estaba indisolublemente ligado a la modernidad. Pero el cosmopolitismo dariano no se limita a la incorporación de América Latina a la cultura europea, símbolo entonces de la modernidad, sino a su inmersión en una cultura realmente universal, que rechaza las tendencias provincianistas tanto hispanoamericanas como españolas.

Pero esta apertura hacia lo universal, y he aquí la lección perdurable de Darío que debería iluminar nuestra incorporación en los complejos procesos de globalización y de mercados abiertos, jamás debe hacerse a expensas de nuestra identidad y de nuestros valores. Rubén concilia su prédica del cosmopolitismo con la necesidad de afirmarnos en nuestra propia cultura y, desde ella, abrirnos a la cultura universal, única manera de no ser arrasados por las culturas de los centros hegemónicos promovidas por los medios masivos transnacionales de comunicación.

La valoración de lo propio hace de Darío el símbolo por excelencia del mestizaje, llamado a ser el gran fenómeno antropológico y cultural del siglo XXI. Como lo ha señalado el maestro Edgardo Buitrago, Rubén se convirtió a sí mismo en el fruto más significativo y diferenciado del mestizaje; en la expresión más pura y más original del “nuevo hombre” hispanoamericano.

Darío, pues, fue consciente de la necesidad de integrarnos al sistema mundial, pero con equipaje; es decir, desde nuestra identidad mestiza y arraigados en el limo de nuestra propia cultura. Darío se dejó influenciar por la literatura francesa pero conservó siempre su honda raíz hispanoamericana. “Toda una naturaleza tropical y todo un pasado indio se despertaron en la lengua de Cervantes y de Góngora cuando la voz del nicaragüense Rubén Darío, en esta lengua soberbia, se puso a cantar, nos dice Jean Cassou.

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